- "Catcall" ... ("Piropo
a lo albañil")
Pronunciación: /ˈkætkɔːl/
En la era de María Castaña, el concepto de “catcall” se usaba para hablar del abucheo (“booing”) al que el público (“audience”) de una obra de teatro sometía a los actores cuando la obra (“play”) era mala del copón. Se dice que el “catcall” era una pitada efectuada con un instrumento que producía el agradable grito de un gato como cuando se le intenta dar un baño y el minino (“pussy cat”) muestra su disconformidad con maullidos y clavándonos las uñas hasta tocar el tuétano (“marrow”) de nuestros huesos del brazo. Este sentido está prácticamente en desuso.
En la actualidad el concepto ha adquirido un significado nuevo que nos obliga a remontarnos a la época de la burbuja inmobiliaria (“housing bubble”) en la que había dos obreros (“bricklayers”) por metro cuadrado, estos usaban el español como lengua de trabajo y en su mayoría eran varones. Al paso de una mujer, con independencia de su aspecto físico (“appearance”), y de su curriculum escolar se la sometía a una serie de epítetos que buscaban demostrar lo vulgar (“coarse”) e imaginativo que se podía llegar a ser. Estos comentarios desaparecieron con el tiempo dado que el mundo de la construcción ahora parece la torre de Babel (“Tower of Babel”) y no existe un idioma común para todos los obreros.
A este tipo de piropos o comentarios groseros (“rude”) y de carácter marcadamente sexual se le conoce como “catcall”, tanto si los emite un obrero como si es el compañero de la oficina o el butanero del barrio. Lo que define al “catcall” es que se hace en voz alta (“aloud”), delante de la persona a la que se dirige, y en público, lo cual es perfecto para que nos denuncien por acoso sexual (“sexual harrasment”) o que nos apliquen un táser en el ombligo o un poco más abajo.
Ejemplo de uso: “She ignored the catcalls of the men around her.” (“Ella ignore los piropos de los hombres de su alrededor.”)
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Pronunciación: /ˈkætkɔːl/
En la era de María Castaña, el concepto de “catcall” se usaba para hablar del abucheo (“booing”) al que el público (“audience”) de una obra de teatro sometía a los actores cuando la obra (“play”) era mala del copón. Se dice que el “catcall” era una pitada efectuada con un instrumento que producía el agradable grito de un gato como cuando se le intenta dar un baño y el minino (“pussy cat”) muestra su disconformidad con maullidos y clavándonos las uñas hasta tocar el tuétano (“marrow”) de nuestros huesos del brazo. Este sentido está prácticamente en desuso.
En la actualidad el concepto ha adquirido un significado nuevo que nos obliga a remontarnos a la época de la burbuja inmobiliaria (“housing bubble”) en la que había dos obreros (“bricklayers”) por metro cuadrado, estos usaban el español como lengua de trabajo y en su mayoría eran varones. Al paso de una mujer, con independencia de su aspecto físico (“appearance”), y de su curriculum escolar se la sometía a una serie de epítetos que buscaban demostrar lo vulgar (“coarse”) e imaginativo que se podía llegar a ser. Estos comentarios desaparecieron con el tiempo dado que el mundo de la construcción ahora parece la torre de Babel (“Tower of Babel”) y no existe un idioma común para todos los obreros.
A este tipo de piropos o comentarios groseros (“rude”) y de carácter marcadamente sexual se le conoce como “catcall”, tanto si los emite un obrero como si es el compañero de la oficina o el butanero del barrio. Lo que define al “catcall” es que se hace en voz alta (“aloud”), delante de la persona a la que se dirige, y en público, lo cual es perfecto para que nos denuncien por acoso sexual (“sexual harrasment”) o que nos apliquen un táser en el ombligo o un poco más abajo.
Ejemplo de uso: “She ignored the catcalls of the men around her.” (“Ella ignore los piropos de los hombres de su alrededor.”)
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